Si
me amaras como yo
(borrador)
Isadora Montelongo
─
Bueno
─
… (silencio)…No sé cómo empezar… pero hoy te recordé…
La
música de los Cardenales del Nuevo León delató mi estado de ánimo. Lucía tenía
tiempo que no escuchaba mi voz por teléfono. No pensé en el detector de
llamadas o alguna que otra de esas jaladas que a veces se sacan porque la cosa
está que arde. Yo sólo quería escuchar su voz.
─
¿Quién habla?
Un
maldito pendejo que se atreve a levantar la bocina del teléfono desde hace un
mes sin poder lograrlo, y ahora que junta las fuerzas, marca y cree que aún la
mujer a quien más ha amado, lo reconocerá
con sólo ponerle el aliento con la cerveza tibia en la boca del miedo y deseo
que siente en el corazón por querer ser el más valiente de todos los hombres.
─
Yo
─
¿Quién es yo?
─
El que siempre te ha amado.
Lucía
calló en el auricular. Los Cadernales de Nuevo León se deslizaron con un
antiguo dolor de amor que aqueja en las noches entre botellas de cerveza y
cigarros Malboro rojo a los muchachos tristes que sólo tienen un loco
sentimiento que no entienden.
─
El que siempre ha querido susurrarte al oído que te ama.
El
silencio de la recámara de Lucía seguía intacto, debajo de su pijama se
escuchaba su corazón latiendo a prisa. La oscuridad se agotaba solamente en el
aparato telefónico sobre la mesita de la lámpara.
─
Son las 3 de la mañana…
A
esa hora el cuerpo de Lucía se ve mejor entre las sombras y la luz de los ojos.
Sus pechos crecen entre los dedos cuando se afilan ante las caricias.
─A
esta hora es como te recuerdo.
─
… A ver… sigue hablando…
─
¿Apoco todavía no sabes quién soy?
─
Sí, sigue hablando. Sino cuelgo…
─
No cuelgues, belleza.
Tomé
un trago para sacudir aquella voz aterciopelada de amor. Ella estaba a punto de
decir mi nombre, de decirme que me recuerda entre nubes dentro de su corazón.
─
Todo lo que hago me recuerda a tu nombre, todo lo que pienso me recuerda a ti,
no he dejado de amarte y si me amaras como yo, sabrías de lo que te estoy
hablando. Lucía ¿aún me amas como yo a ti?
Al
fin después de unos tragos, cigarrillos, y hacerse el fuerte en contra del
miedo, estaba ahí, hablando con la voz más enamorada que nunca a la mujer más
hermosa que había estado entre mis brazos, a la belleza que jamás había
olvidado, a la que me había llamado el hombre de su vida, a la que quería hacer
mi señora y me acompañara a todos los bailes, a la que yo mismo había dejado ir
hace tiempo atrás por una discusión insignificante. A la que ofendí,
confundiendo en un baile a su primo con el que la injurié poniéndome el cuerno.
─
¿Lucía!? Al chile cómo friegan con mi hermana. Ella ya se casó hace como seis meses. ¿Quién habla? ¿Rodolfo?
─
No
Un
mal comenzó en el estómago y la música se me revolvió en el corazón. La música
que habíamos bailado en mi habitación donde habíamos hecho el amor.
─
¿Pepé?
Ella
me había dicho que era su primera vez, que si temblaba era por el frío, cuando
yo presentía que era por entregárseme con todo el temor del primer amor. Ella,
la única en mi corazón.
─
¿Adrián? Pues el que seas, mi pinche hermana se me adelantó y ya se casó.
¿Con
cuántos había estado? ¿A cuántos les dio su amor? ¿A cuántos hizo tocar el
cielo?
─ Y si ella te dijo que eras el único, pues te
mintió, ahora te pido que ya no estén llamando a estas horas…
La
hermana de Lucía me colgó y yo sólo dejé el teléfono en mi oreja, escuchándolo
como una terrible desilusión. Las botellas de cerveza se acumularon, la
cajetilla de cigarros rojos de Malboro se agotaron cuando sólo escuché a los
Cardenales de Nuevo León, canción tras canción hasta que amaneció. Si tan sólo
Lucía me hubiera amado como yo; sería ella la que me estuviera llamando por
teléfono hoy.