Confesiones
de Cuqui Almendra
Hace mucho le puse
nombre a mi corazón. Bautizado como Cuqui Almendra. Se propuso bajarle al colesterol y no comer más carne
asada cada domingo con la familia regia. Y es que el corazón se alimenta de
sirloin, arrachera y costillas de res cuando se la ha pasado muchos años solo y
deportado del país del enamoramiento.
Aunque la verdad, el
país del enamoramiento aún queda lejos de Cuqui Almendra, y no se diga la
ciudad del amor, es sólo que a Cuqui le ha dado por viajar desde que conoció a “este
bato”, sin pensarlo, porque Cuqui no piensa, compró un vuelo directo a la
frontera del “deseo”. Deseo border.
Y es ahí cuando
comienza toda confesión:
Me he quedado
escuchando a Calamaro toda la noche. Los amigos han ido a comprar droga,
cervezas y a gritarle a sus chicas que esa fue la última mamada que les han
hecho. ¡Ábrete, morra, a la verga! Grita
uno por celular. Pura finura andando en cuatro patas. Así se terminan las
relaciones de los hombres de hoy. Caminando por la calle en búsqueda de más
vicio y desahogándose con malas palabras y heridas narcisistas que avientan
chispas por las redes telefónicas de telcel a chingos de precios el minuto.
Yo me quedo en casa,
frente a la computadora y por más que lo intento, a mí me cuesta acercarme a
cada letra y no escribir el nombre del susodicho, y podría culpar a cada
canción de Calamaro, pero la verdad es que un pedazo de alfabeto producido y grabado
en la Patagonia, me pone a abrir el escenario de hace dos días.
Tú, yo, muchos.
Noche, mesas, alcohol.
Rockola, policías, baños,
camisetas, abajo,
arriba.
Cosita rica.
La vida no me alcanza.
Esa noche la soledad se
le acabó a Cuqui Almendra, pero las fuerzas para decir que no, también.
A la séptima rola de
Calamaro ya estoy desquintando en no volver a verle, en no necesitar más de
esos besotes que han dado directamente a la principal arteria del corazón.
Aorta, Aorta, y a(o)rta está Cuqui de sentir el deseo derramar como toro en
plena corrida con chingos de banderillas encajadas en el lomo, esperando el
último estoque. Sólo porque al terminar esa noche, al bajarse del auto, ni si
quiera se despidió.
No escribo y el cuarto
se inunda de la voz de Calamaro, los chicos vuelven con una botella de tequila,
new mix de sangría y unas cheves. Esta noche no hubo suerte y ni un coco de
mariguana se consiguió. Tal vez, en el departamento de vuelos para estar en lo
más alto del cielo, ni Cuqui Almendra con todo y pasaje pagado a la frontera
del deseo, consiguió aterrizar lo que se debe aterrizar en esos encuentros: Un músculo que no se involucre con el deseo y una capacidad de decirle a los muchachos: Pasemos a otro tema.