Mónica
por
Isadora
Montelongo
(borrador)
─
Tal vez la primera vez que vemos algo aparecer ante nuestros ojos, ha estado ahí desde hace mucho
tiempo sin que nosotros lo hayamos notado.
Rogelio
no supo qué decir cuando Mónica se le acercó con los labios abrillantados de
afecto y las afirmaciones más raras que haya recibido frente a la copiadora de
la oficina. Los rumores de que Mónica tenía meses tras de él, le había valido
un cuerno. A él le gustaba la muchacha rubia de contabilidad que traía las
faldas pegaditas a la nalga. Mónica no tenía oportunidad alguna de recibir ni
una mínima pizca de él o sus galanteos que solía utilizar con la de
contabilidad. Rogelio se acomodó la
corbata nerviosamente mientras esperaba un bonche de copias que parecían salir
tan lento. Mónica estaba hipnotizada con la sonrisa chueca, la piel reseca por
falta de crema y las ojeras de nacimiento que decía que tenía por una alergia
que producían las nubes en el cielo.
─
¿Te ha pasado alguna vez?, ─ terminó por preguntar después de todo aquel
discurso incomprensible para Rogelio, un muchacho con la única aspiración de
llegar a casa después de ocho horas de oficina, tomar una cerveza helada, ver
televisión, y encender la computadora portátil para ver un poco de youporn.
Mónica
parecía una antena de televisión con las piernas chuecas y unos enormes brackets
que en cualquier momento podrían provocar electricidad con toda la fricción que
provocaban en su boca y que al saludar a cualquiera con sus manos huesudas,
podrían producir un corto circuito que terminaría por apagar todos los focos
del edificio.
─
No.
Rogelio
se imaginó aquella escena. Mónica con sus dientes feos y su rostro pálido y
ojeroso en pleno apagón.
─
Rogelio, disculpa que me atreva a preguntarte ¿tienes novia?, ─ Mónica se le
acercó al punto que él logró desbalancearse y perder el control de sus zapatos
boleados de piel.
Mónica
tenía una mirada brillante de perro hambriento de croquetas, paraba la nariz
para olfatear la loción del hombre.
─
Tengo mucho trabajo, Mónica. Permíteme, tengo que entregar estas copias.
Rogelio
huyó inmediatamente del acecho de la más fea de la oficina, salió apresurado a
la hora de salida y cerró el elevador cuando la vio venir delante de la chica
de contabilidad. A veces esas cosas que aparecen frente a los ojos de repente,
es mejor no verlas.
Rogelio
llegó a casa, abrió una cerveza, encendió la computadora portátil y cambio
varias veces el canal de televisión. Un accidente en el centro de la ciudad,
explicó el tráfico que lo hizo llegar hastiado. En el área no se encontraba
ningún herido, ni ningún cadáver. Sólo los fierros torcidos de una carambola
enorme de varios taxis, camiones de pasajeros y carros que se prensaron unos
con otros.
La
noticia fue el tema del siguiente día en la oficina. La chica de contabilidad
no paró de hablar en todo el día que Mónica había subido a uno de los camiones
de pasajeros que se había estrellado creando la carambola en la avenida frente
al edificio de la oficina.
Los
compañeros no podían creer que aquella chica de sonrisa metálica, piernas
chuecas, ojeras de diablo y piel reseca, había desaparecido en un extraño
evento de tráfico.
Rogelio
pasó el día meditabundo en la oficina, se acercó a la copiadora y recordó a
Mónica con sus ojos brillantes que le seguían a todas partes. Tal vez, si
hubiera salido con la chica, no sentiría esa culpa que le removía las tripas.
Tal vez, si tan sólo hubiera encontrado aquello que no veía frente a él, las
cosas para Mónica hubieran sido distintas. Esperarla a la salida del trabajo,
bajar en el mismo elevador, llevarla a su casa, pero ahora la muchacha fea de
la oficina, ya no estaba.
Rogelio
ese día miró poco a la chica de contabilidad. La mujer perdió toda ventaja por
la muchacha fea que ya no se encontraba. Incluso cobró popularidad cuando la
PGR fue a investigar su desaparición.
Rogelio
pensó y pensó como nunca antes había pensado en Mónica. La deseo en la oficina,
la deseo como se desea que una mujer brinque a los brazos y se restriegue en el
pecho. La extrañó al salir cada día de la oficina, en su casa, en el sofá, en
la cama, en el baño, en el día a día.
Mónica
era la elegida en el corazón de Rogelio.
Los
meses pasaron. Rogelio decidió abandonar la oficina, el recuerdo de Mónica
quedaba tras la puerta del elevador.
Tal
vez la primera vez que vemos algo aparecer ante nuestros ojos, ha estado ahí desde hace mucho
tiempo sin que nosotros lo hayamos notado. Sólo hace falta tocarse el corazón
para ver cuánto late en realidad al reconocer lo que se centra en la mirada.
─
¿Alguna vez te ha pasado?, ─ le preguntaría Mónica a Rogelio si estuviera ahí.
─Todo
el tiempo, ─él contestaría por primera vez.