jueves, 31 de enero de 2013


Mónica
por
Isadora Montelongo
(borrador)

─ Tal vez la primera vez que vemos algo aparecer ante  nuestros ojos, ha estado ahí desde hace mucho tiempo sin que nosotros lo hayamos notado.
Rogelio no supo qué decir cuando Mónica se le acercó con los labios abrillantados de afecto y las afirmaciones más raras que haya recibido frente a la copiadora de la oficina. Los rumores de que Mónica tenía meses tras de él, le había valido un cuerno. A él le gustaba la muchacha rubia de contabilidad que traía las faldas pegaditas a la nalga. Mónica no tenía oportunidad alguna de recibir ni una mínima pizca de él o sus galanteos que solía utilizar con la de contabilidad.  Rogelio se acomodó la corbata nerviosamente mientras esperaba un bonche de copias que parecían salir tan lento. Mónica estaba hipnotizada con la sonrisa chueca, la piel reseca por falta de crema y las ojeras de nacimiento que decía que tenía por una alergia que producían las nubes en el cielo.
─ ¿Te ha pasado alguna vez?, ─ terminó por preguntar después de todo aquel discurso incomprensible para Rogelio, un muchacho con la única aspiración de llegar a casa después de ocho horas de oficina, tomar una cerveza helada, ver televisión, y encender la computadora portátil para ver un poco de youporn.
Mónica parecía una antena de televisión con las piernas chuecas y unos enormes brackets que en cualquier momento podrían provocar electricidad con toda la fricción que provocaban en su boca y que al saludar a cualquiera con sus manos huesudas, podrían producir un corto circuito que terminaría por apagar todos los focos del edificio.
─ No.
Rogelio se imaginó aquella escena. Mónica con sus dientes feos y su rostro pálido y ojeroso en pleno apagón.
─ Rogelio, disculpa que me atreva a preguntarte ¿tienes novia?, ─ Mónica se le acercó al punto que él logró desbalancearse y perder el control de sus zapatos boleados de piel.
Mónica tenía una mirada brillante de perro hambriento de croquetas, paraba la nariz para olfatear la loción del hombre.
─ Tengo mucho trabajo, Mónica. Permíteme, tengo que entregar estas copias.
Rogelio huyó inmediatamente del acecho de la más fea de la oficina, salió apresurado a la hora de salida y cerró el elevador cuando la vio venir delante de la chica de contabilidad. A veces esas cosas que aparecen frente a los ojos de repente, es mejor no verlas.
Rogelio llegó a casa, abrió una cerveza, encendió la computadora portátil y cambio varias veces el canal de televisión. Un accidente en el centro de la ciudad, explicó el tráfico que lo hizo llegar hastiado. En el área no se encontraba ningún herido, ni ningún cadáver. Sólo los fierros torcidos de una carambola enorme de varios taxis, camiones de pasajeros y carros que se prensaron unos con otros.
La noticia fue el tema del siguiente día en la oficina. La chica de contabilidad no paró de hablar en todo el día que Mónica había subido a uno de los camiones de pasajeros que se había estrellado creando la carambola en la avenida frente al edificio de la oficina.
Los compañeros no podían creer que aquella chica de sonrisa metálica, piernas chuecas, ojeras de diablo y piel reseca, había desaparecido en un extraño evento de tráfico.
Rogelio pasó el día meditabundo en la oficina, se acercó a la copiadora y recordó a Mónica con sus ojos brillantes que le seguían a todas partes. Tal vez, si hubiera salido con la chica, no sentiría esa culpa que le removía las tripas. Tal vez, si tan sólo hubiera encontrado aquello que no veía frente a él, las cosas para Mónica hubieran sido distintas. Esperarla a la salida del trabajo, bajar en el mismo elevador, llevarla a su casa, pero ahora la muchacha fea de la oficina, ya no estaba.
Rogelio ese día miró poco a la chica de contabilidad. La mujer perdió toda ventaja por la muchacha fea que ya no se encontraba. Incluso cobró popularidad cuando la PGR fue a investigar su desaparición.
Rogelio pensó y pensó como nunca antes había pensado en Mónica. La deseo en la oficina, la deseo como se desea que una mujer brinque a los brazos y se restriegue en el pecho. La extrañó al salir cada día de la oficina, en su casa, en el sofá, en la cama, en el baño, en el día a día.
Mónica era la elegida en el corazón de Rogelio.
Los meses pasaron. Rogelio decidió abandonar la oficina, el recuerdo de Mónica quedaba tras la puerta del elevador.
Tal vez la primera vez que vemos algo aparecer ante  nuestros ojos, ha estado ahí desde hace mucho tiempo sin que nosotros lo hayamos notado. Sólo hace falta tocarse el corazón para ver cuánto late en realidad al reconocer lo que se centra en la mirada.
─ ¿Alguna vez te ha pasado?, ─ le preguntaría Mónica a Rogelio si estuviera ahí.
─Todo el tiempo, ─él contestaría por primera vez.

martes, 29 de enero de 2013


1. Este cuento borrador, va con todo respeto a la tragedia que sigue galopando en el estado de Nuevo León.
2. Dios nos dé fuerza y paz.

Al final
(borrador)
Por Isadora Montelongo

El jueves amenizaron una fiesta y no se supo de ellos desde el viernes
(Foto extraída del siguiente link:http://www.eluniversal.com.mx/notas/899046.html)
Aquí dejo la nota: http://www.eluniversal.com.mx/notas/899046.html

Carlos Anguiano descansó su barbilla sobre el hombro descubierto y sudado de  Patricia y se dejó venir dentro de ella. Ella bajó las piernas que rodeaban la cintura de él y se tropezó con los cables de las luces del escenario. El ambiente comenzaba a calentarse con los muchachos y muchachas que llegaban alcoholizados para escuchar al grupo tocar las nuevas y suaves canciones que hacían bailar a todos. Un guapachazo grito norteño se escuchaba desde arriba de las gradas y el temblor del suelo no se hacía esperar cuando los zapatos golpeaban la pista que lucía reparada de la batalla anterior de bandas cumbiancheras.
Los músicos de la banda se fueron acomodando entre los gritos de la noche y las caderas que se apretaban unas contra otras en los jeans ajustados.
─ Échele mi Norte, ¿cómo estamos?, ─ saludó la segunda voz de los cumbieros rebeldes cuando se lanzó la primera avalancha de gritos.
Carlos Anguiano desbastó los labios de Patricia, una joven morena fanática y empleada del grupo que los seguía para todos los bailes como parte de su afición y trabajo, con lo último que le colgaba de semen. Subió el cierre y se apresuró al escenario.
Las percusiones comenzaron a sonar con un ritmo alegre y acelerado. Carlos Anguiano tomó el micrófono y comenzó a cantar, bailar hasta que el público emocionado no pudo parar.
Cumbianchero con el corazón rojo y los pulmones llenos de aire, hizo que la velada en el lugar fuera un azote de nalgas, caderas, piernas y notas revoltosas que brincaban sin cesar.
Patricia esperaba en cada concierto hasta que el último cable desapareciera de la parte de atrás. Recibió una tarjeta que después entrego a Carlos, quien se dejaba acariciar después de firmar autógrafos de las muchachas que se acercaban a tomarse una foto con el celular. La tarjeta traía un número de celular y según Patricia, era para contratar a la banda para un evento ocasional.
Anguiano se lo pasó a Rubén y éste a Roberto, su papá, quien comenzó la banda y dejaba a Patricia recibir todas las tarjetas para llevar el registro y la cuenta. Patricia no sólo era la más grande fan, sino la que por temporadas, colocaba a los muchachos la nueva agenda de las tocadas.
La cita se dio el martes en la noche a las afueras de la ciudad. Fue una fiesta en un rancho llamado “la carreta”. Patricia sintió todo el día comezón entre sus piernas, una manera de extrañar a Carlos cuando no estaba con él, era sentir esa extraña comezón que la molestaba durante todo el día. Se recostó en la oficina y miró el micrófono que Carlos Anguiano llevaba a todos lados, vio que pequeños cables salían de la parte inferior y se los colocó acariciando las carnes suaves de su entre pierna. No pudo resistir  y miró la dirección que Roberto había escrito del rancho. La anotó en su celular y en un impulso sin freno, manejó hasta el lugar. Era noche, y el frío fuera de la ciudad se sentía espeso. Patricia tuvo la mano izquierda todo el camino entre sus piernas. Se acercaba al recuerdo de Carlos Anguiano cada que avanzaba hacia el rancho. Carlos era una forma exquisita de la sensualidad sobre el escenario, una voz que le acariciaba el cuerpo cuando se acercaba a su cuello y olía el perfume de sus cabellos. Carlos Anguiano quien ponía a bailar todo su corazón.
Patricia estacionó la camioneta a las afueras del rancho, una vereda solitaria donde no se escuchaban ni los perros ladrar. Se asomó entre los espacios de las puertas enormes y no logró ver nada. Ni siquiera escuchaba la voz sensual de Carlos que debería de estar cantando la última de sus canciones: Al final. Una de las rolas más movidas y que se la había dedicado cuando por primera vez le dijo que la amaba.
Una comezón intensa hizo que se rascara, algo que la hacía rascarse hasta que entre sus dedos se tocó la húmedad de la sangre que distinguió por las luces de la camioneta.
Patricia presintió algo, llamó al celular de Carlos y no contestó, al celular de Rubén, al celular de todos los 16 muchachos de la banda y ninguno atendió su llamada, cuando siempre que ella hablaba lo hacían por alguna emergencia que surgía con las fechas de los eventos.
El silencio comenzó a asustarla, encendió el motor de la camioneta y pitó cuantas veces pudo. Nadie contestó a la puerta. La comezón era intensa, una comezón que se pierde dentro de la carne sin salir a la piel.
Patricia en el arrebato de rascarse la entrepierna, presionó su pie en el acelerador, empujando la palanca de manos, dejando la camioneta sin freno y se estrelló en las puertas del rancho.
            Una puerta dejó el espacio que necesitó para ver lo que no podía creer.
            Carlos Anguiano, integrante  y voz principal de la banda cumbieros rebeldes, yacía desnudo junto a los quince cuerpos de sus compañeros desmembrados en el centro del patio.
            Patricia huyó del lugar al sentir un dolor intenso en su entrepierna, como si esta al final de la comezón se cerrara de par en par como una tumba.



viernes, 18 de enero de 2013

1. La primera vez que el extrañamiento toca al cuerpo, lo hace de una manera dulce, como darle una lamida grande a una paleta de cereza. Hoy te extraño mucho, tanto que me he comido todo lo dulce de la paleta sabor cereza.
2. Lo segundo que hace el extrañamiento después que se ha terminado todo el registro memorístico de lo lindo, te golpea duro con un agudo dolor, seguido de llanto, por eso nos llamamos niños desconsolados sin paleta de sabor cereza.
3. Y lo tercero es, pisar la tierra y hacer contacto con la realidad, dejando que la memoria de largo registro tome de mis labios pintados de cereza un "chinga tu madre".
4. El corazón es una cosa roja sin envoltura que lo proteja de esa capacidad memorística que tiene, a veces de corto y a veces de largo plazo.
5. A veces sólo hay que dejar de chupar las mismas cosas, las mismas paletas sabor cereza y recordar que al final, sólo nos queda un palito para los dos. Un sólo palito.

http://www.youtube.com/watch?v=yMWETSqrT3c

martes, 1 de enero de 2013

1. Siempre hay rebelión dentro de uno mismo. Yo ya siento moverse lentamente la mía.
2. Cuando era niña, como tal, siempre estaba esponjada de egoísmo, de ese egoísmo  que de niño cree hacer mundos distintos para sí y sus amigos. Ahora, sólo veo que de adulta, se tiene el mismo egoísmo, pero ya nadie lo comparte.
3. Me hiere profundamente los malos entendidos, pero sé que siempre existirán, así que sólo queda aprender a sanar las heridas.
4. ¿La rosa puede cambiar su color? El tiempo cambia hasta su composición, tal vez, lo más sabio es aceptar.