jueves, 27 de junio de 2013

1. No sentí nada hasta que salí de ahí, de la escuela donde fui teacher por cinco años. Sentí nostalgia de no volver a ver a los niños que me hicieron "La Teacher", aquella que los vio en su torpeza para leer y escribir una palabra en inglés cuando estaban en primer año (6 añitos), y a la que le enseñaron la paciencia y el lenguaje infantil que siempre perdona. Y con el paso del tiempo pudieron con toda destreza escribir y leer en inglés; así como esta teacher aprendió a aprender de todos ustedes.
2. Los quiero mucho chiquillos  de quinto grado de la Antonio Cárdenas. Me enseñaron a ser una teacher feliz, gracias.
3. Cualquier cosa que hagan, los quiero mucho. Así como Toyota quiere a su papi, así como cada cuento de terror en el salón, los llevo en mi corazón con emoción.

jueves, 6 de junio de 2013

1. He estado leyendo a Norberto Levy. Antes de comenzar a leer "el miedo", sé que ese sentimiento trae consigo un recuerdo que me aterró.
2. Era 2006 y en ese entonces, la persona con la que convivía, quería casarse. Yo no quise casarme, y viajé 10 horas lejos de esa propuesta de matrimonio.
3. Casarme me da miedo, y es porque rebasa mis capacidades de amar. Sólo puedo enamorarme, pero no puedo comprometerme. (No significa que sea infiel)
4. El miedo  te descubre ante el mundo, pero también hace que  la parte más débil que posee uno, sea descubierta por nosotros mismos.
5. Siempre he intuido que el amor siempre ha amenazado mi libertad, aunque duela reconocerlo.
6. A pesar de no saber qué hacer, lo que sé, es que no quiero causar ningún daño a nadie.
"El miedo es una valiosísima señal que indica una
desproporción entre la amenaza a la que nos
enfrentamos y los recursos con que contamos para
resolverla." Norberto Levy

lunes, 3 de junio de 2013

Denver
(borrador)
por
Isadora Montelongo


Dedicado a Denver y a sus cacas
 

Me volvió la depresión. Tomé la pastilla y puedo asegurar que toda la mañana busqué un cuchillo con el cual rebanarme las venas, pero en realidad no lo recuerdo. La búsqueda fue inútil. El perro ladró por la mañana y se aseguró de que no hiciera ninguna locura. En casa  todo  está protegido por los constantes arrebatamientos, y puedo constar que ninguna de las precauciones las hice yo.
El perro ha seguido ladrando, creo que lleva días sin comer o por lo menos yo no lo he alimentado. Yo no me he quejado tanto por lo mismo. Pero los animales son animales, ellos no se arrojarían de cabeza a un barranco. Tienen un sentido insano por la vida. Sólo el ser humano tiene la gracia de parecer ridículo dentro de sus pantalones o dentro de su propia vida.
Mi perro se llama Denver, es negro, vengativo y conspirador.
Hace días lo llevé en el auto y recorrimos las orillas de la ciudad, subimos a lo más alto de la montaña a uno de esos suburbios de ricos que hunden su cabeza en galones de petróleo  y atan las manos sobre millonarias cuentas bancarias, mientras sus pies bailan sobre el resto de la población.
Denver olfateó el lugar, hizo lo suyo con su aroma de macho peludo, negro y posesivo. Yo miré hacia abajo, me abrí de piernas, bajé el cierre del pantalón y meé todo el jugo acumulado por un par de horas en las que no quise levantarme de la cama ni si quiera para ir al baño.
Descargué un amarillo añejo que Denver no tardó en oler. El suburbio estaba ahí, sobre las faldas de un cerro que imponía su carácter que golpea el cielo con el filo de sus rocas. Con un cielo sangrado de azul clarito, con algunos disparos de nubes que yacían bajo el temple del cerro.
Yo sólo pretendía cagar, mear, escupir la basura humana que miraba bajo mis pies. Y luego, tal vez, después de la  primera fase de depresión. Morir. Y llevarme a Denver conmigo.
Me sentí terriblemente triste. Lloré la injusticia social como si fuera una niña que acaba de menstruar por primera vez y toda la clase ha visto la mancha roja sobre su  falda del uniforme del colegio. Me senté por un momento sobre los meados de Denver, se unió y me olfateó hasta que el sol nos dio en la cara un zape de luz.
El calentón en la cara y el pecho, hizo me levantara de prisa, con el enojo latiendo,  con el aceleré y la furia de derrumbar las primeras bardas de algunas residencias y demostrarle a los poderosos que un perro infeliz puede estropear sus bardas de piedra importada.
Subí al auto y Denver vino conmigo como una mascota egipcia que está para yacer junto a su amo. Arranqué con los huevos sobre el acelerador y bajé a toda velocidad por el barranco. Hacía sonar el claxon como un pequeño diablo, los guardias se asomaron y volé la primera barda de la privada, fueron pocas las abolladuras en el auto y las piedras al viento, muchas. Denver comenzó a morderme y a agitarse. Él no quiere morir, pero yo soy su dueño quien busca ir a parar al infierno. Recogimos el polvo del asiento. Iba con esas ganas en que se tira la depresión de la cama al siguiente día cuando sale el sol y se quiere beber toda la cerveza del mundo a las 7 de la mañana.
Denver ladró cuando eché un grito de locura.
Había una señal en la pared. Una señal donde las piedras pueden golpearte la cara y hacer que pierda uno la cordura.
Los pedazos de una primera barda alentaron la esperanza que se puede amar a alguien en la vida, que se puede vivir un día completo sin la menor tristeza y que siempre hay alguien a tu lado que te necesita como a un perro.
El aire ni si quiera ponía resistencia, el cofre del carro se veía justo como una flecha y yo gritaba con la plena certeza de hacer lo correcto en el nombre de la desesperanza de la clase social trabajadora y aplastada por el cuello. En el nombre de la gente a la que tratan peor que a un perro.
Los vigilantes se acumularon, cuando di la segunda embestida con el auto.
Dicen que Denver me sacó del carro, con todo y sus patas heridas. Dicen que lo primero que hizo fue mearme y lamerme  la sangre hasta que  la ambulancia llegó. Los paramédicos no podían asegurar si  la sangre era de él o mía.
Ahora tomo la pastilla una vez al día, cuando el perro ladra por la mañana y me mira fijamente con su pelaje negro que oculta los ojos de un animal conspirador. Sí, Denver me salvó de una muerte segura, pero no de una vida.
Yo sólo sé que los animales aman la vida, pero pueden odiar a sus dueños haciéndoles sentir lo que es la esclavitud como todos aquellos que viven en lo más alto de la montaña en uno de esos suburbios con bardas de piedra importada a las orillas de la ciudad.