1. Lo poco que pueda ser, es lo mucho que perdemos.
2. Tomar decisiones no es tan fuerte como el hecho que no podrá ser.
lunes, 29 de abril de 2013
El maletero de
Lola
(borrador)
Isadora
Montelongo
Hay pedazos de la vida
que se limpian con sólo sacudir las manos una contra la otra. Aplaudir a la
vida cuando todo se ha terminado, no es una derrota, es la última cosa que hay
que hacer. Lola deja caer la maleta de
piel. Lleva poco sosteniéndola en el pasillo de casa.
─ ¿Ya no te acuerdas?, ─la
miro mientras en su rostro pone su dedo anular, largo como una serpiente recién
nacida.
─ Que la amargura te
quepa por el hoyo más pequeño que tienes.
─ ¿Te volveré a
encontrar?
─ Dos cuadras no son
una gran cantidad de pasos, pero para ti siempre serán toneladas de asfalto.
Lola tiene la fuerza de
una mula. Vuelve a cargar la maleta de piel. Recuerdo que cuando llegó era azul
y en una de esas noches de halloween la pintó de rojo para hacer juego con el
traje de maletero asesino que zurció para mí. Yo usé la maleta con unos pedazos
de bistec colgándole de las orillas para dar un realismo que no fue
desapercibido por los vecinos. Vestí un pantalón abotonado con esas presillas
que sólo Lola podía terminar con sus dedos negros y largos. Dos tirantes y una
camiseta llena de cátsup para dar un realismo de una noche larga de trabajo con
un hacha de plástico.
Lola se puso hermosa
con un traje plateado de lentejuelas, ella sólo quería parecerse a Witney
Houston con un par de drogas encima. Yo sólo me atravesaba entre los invitados
para decirle: “Señora, ¿le gustaría que le cargue las maletas?”
Ella me alejaba con un
chasqueo de sus hermosos dedos y me ponía una mirada de pared que sólo podía
entender como una invitación para más tarde.
Lola carga la maleta y
se acerca a la puerta. Tiene así algunos minutos. Yo espero que se vaya, que no
provoque al silencio y las ganas de acercarme y cargarle la maleta.
─ ¿cuándo fue la última
vez que pensaste en mí?, ─ tiene la boca dura, como un ladrillo, los dientes
grandes y la nariz chata.
Los reclamos caen como
una orquesta en plena función.
No es la primera de las
primeras.
─ ¿En qué me equivoqué?
Yo soy feliz así, con
el silencio, o con un dedo negro que coquetee un poco dentro de mi culo y una
mujer que me mantenga. La mujer empieza a respirar agitada como una res en el
matadero.
No le contesto porque
no es mi función, la de maldecir a gritos y gastar energías bien empleadas
sobre el sofá y la boca de la botella de alcohol.
─ ¿Tienes mínimo una
idea de lo que eres?
Tengo pocas ideas y
nadie quien me las robe porque no las digo. Un corazón amargo y un cuerpo flojo
mientras exista una mujer que cocine, limpie, me haga el amor, barre y me surza
un traje de halloween cada año.
─ ¿Ya no te acuerdas?, ─
rompo una vez más el suave silencio de la casa, ese que se mosquea con
elegancia todo el día cuando estoy echado en el sofá. Me levanto.
Lola se desconcierta.
Tengo la mirada de aquella noche de halloween cuando el vestido de lentejuelas
plateadas quedó hecho un jirón. Y amarré cada uno de sus dedos largos y negros
a mi piel.
Lola toma la maleta.
─ Siempre te di el espacio
para que pudieras respirar, ─ dice como si tuviera un miedo que palpita dentro
de sus dedos.
Camino despacio, con la
barriga de fuera y los calzoncillos guangos.
Mantengo aún distancia,
la usual para que pueda pensar y largarse en silencio.
Lola echa la maleta
hacia adelante. Me quiere provocar a
hacer uno de esos esfuerzos que me dan hueva.
─ Anda, abre la puerta,
sal, vete, se libre.
Lola se echa a llorar
cuando me acerco con el aliento caliente. Tiene la maleta de piel roja fuertemente
sostenida como un animal de cuatro patas sostiene la cola y el cuello.
─ Si puedes sostener la
maleta, también podrás con esto.
Paso mi brazo por su
cuello y quito la cadena de la puerta que tiene a su espalda, la abro.
─ ¿Ya no te acuerdas?
De su llanto que no
puede controlar con la maleta sostenida como una bandera de guerra, pregunta
por fin.
─ ¿Qué?
─ ¿La razón por la que
me amabas?
Lola tuvo un brillo en
los ojos, alzó la maleta y me golpeó con ella.
Sacudo las manos una
contra la otra.
─ Cariño, sólo tienes
que recordarte una vez más.
─ Vete al diablo, ─ me
dice furiosa cuando por fin baja las escaleras del edificio y la veo apartarse
para siempre.
Hay mujeres que tienen
los dedos negros y largos como una serpiente y hacen maravillas con ellos, que
pueden vivir a dos cuadras de tu casa, pero que no te levantarás del sofá a
menos que sea para abrirles la puerta cuando por fin tengan el valor de dejarte
cuando te han vuelto a amar como la primera vez
que llegaron a la puerta de tu casa.
Cierro la puerta y
aplaudo con fuerza, por una mujer con la mejor maleta de halloween y recuerdos que me ha quitado la fatiga de
tirar o sacar de casa.
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