martes, 23 de octubre de 2012

1. La posibilidad de huir fuera del país está latente. Aquí la felicidad se oculta: Problemas económicos, gente basura, estrés y cansancio físico.
2. Cuando uno tiene un defecto, debe aprender a utilizarlo hasta hacerlo un don.
3. Nunca te compliques con gente más complicada que tú.
4. Si un día el techo se cae sobre tus hombros, aprovecha el boquete y mira al cielo.
5. Empiezo a escribir nuevamente como un capítulo que no se cierra y aleja cualquier hoyo negro que tira con fuerza todas las entrañas.
6. ¡Ánimo! Y a teclearle.

Aquí una foto, después del privilegio que tuve de haber presentado a mi estimado maestro, hermano de letras, colega y amigo, Julián Herbert, y obviamente, a Leo Herbert :D en la FIL, Monterrey 2012.

Cuando aparecen seres con espíritu libre, encontramos sus obras espiritualmente vivas. El lenguaje entra, en este caso, para hacer un cambio desde adentro.

Felicidades a ellos, a quienes admiro.
Julián, Orfa, Jimmy, Arthur, Danielle Thomas, Toño, Memo. :D

viernes, 12 de octubre de 2012


Cielo e infierno
(borrador)
Por Isadora Montelongo




Gloria dice que la vida no cambia si te pones los audífonos y subes el volumen de la recopilación de Black Sabbath en el celular. Puede que la vida no cambie, pero al menos no escucho lo que tenga que decir.
Tengo tres años trabajando en el mismo lugar, he visto cada día al vigilante de la puerta sin aprenderme su nombre que cuelga enmicado en un gafete. Salgo sin percatarme de su mirada seca y cristalina. Tiene tres hijos en casa y sabe todo de los empleados que pasan apresurados por la puerta de entrada y salida. Pero él nunca sale, ni siquiera a la hora de comida.
Heaven and Hell se reproduce canción tras canción, Rita me ha citado a las afueras del metro fundadores para darme algo.
Me siento y los pies de la gente son lo único que miro. Todos apresurados como fauces de leones se comen los escalones. Yo sólo quiero penetrar en el ritmo que me rodea la cabeza y olvidar un poco el teclado y los clientes gritando desesperados por el auricular, por la estafa en las tarifas de la compañía para la que me parto diez horas al día.
─ ¿No me das la mano?, ─Rita se planta frente a mí, con sus convers que pueden flotar sobre el asfalto.
─ A la chica diablo, nunca sin algo entre las manos. ─Rápido apago Heaven and Hell y busco los billetes en el pantalón y saludo a Rita.
Ella abre el morral que trae colgando del hombro y mete la mano hasta que yo abro mi mochila. Deja caer lo que necesito, me agarra de los cabellos y acerca un beso a mis labios.
─ Nada más uno chiquito, para que Gloria no te la haga de pedo.
Rita se dio la media vuelta y voló como un ángel a toda prisa con un cigarrillo en mano y los más pequeños convers que he visto en una mujer.
Rita no es como Gloria, ella no tiene días, sino instantes. Yo soy más como Gloria, quien cree que un peldaño va unido a otro y luego se destruyen. Eso cansa, esperar un peldaño para autodestruirse. Yo tengo instantes, cuando subo el volumen del celular y mi cabeza vuela como los convers de Rita.
Camino dentro de la estación del metro, la hora pico ha pasado, yo salgo a comer solo, sin Gloria por un cambio de horarios y espero en un rincón, veo el tren pasar. La gente entra y sube, espera, y siente el fresco del mundo subterráneo, un aire que puede limpiarlo todo.
Dos canciones más y esto se acaba, Heaven and Hell camina lejos. Y yo meto la mano dentro de la mochila, saco un cigarrillo que me ha puesto Rita como si fuera un lonche para llevar, lo enciendo y fumo. Y Heaven and Hell sale de mis audífonos como si fuera un tren a toda velocidad.
El tiempo se detiene y no escucho a Gloria decir dentro de mi cabeza sobre las cuentas que tenemos qué pagar, sobre la renta y la falta de un automóvil. No escucho a Gloria decirme que si sigo así, importándome sólo los audífonos del celular en la cabeza y los albúmnes de Black Sabbath, llegaré a ser tan alto como el guardia de seguridad de la puerta. Yo fumo, escucho música y olvido que he pasado tres años en un infierno laboral, con el cielo llamado Gloria al que nunca puedo alcanzar.
Termino mi cigarrillo y voy con mis pies aprisa como dos fieras que devoran los escalones, el guardia de seguridad me detiene en la puerta y me pide que abra la mochila. Estoy solo ante la verdad, la última.
El guardia ve lo que traigo dentro, lo que le he comprado a Rita hace unos momentos. Sonríe, mete la mano y esconde el paquete hasta el fondo de la mochila.
─ Me llamo Juan, no me agradezcas, sólo espero un cigarrillo de vuelta, ─ mete luego la mano dentro de su pantalón, y me da un frasco para gotas en los ojos.
Yo sólo sé que cada vez que entre y salga del trabajo, hay alguien más que está dentro de este cielo e infierno como yo. Sin nombre, sujetando una vida diaria con la mirada seca y cristalina.