domingo, 26 de mayo de 2013



1. Esta vez no fue el amor que se alejó de mí. Yo me disolví fuera de su sitio.
2. El problema es la anécdota, ni si quiera los personajes. Me falta estructura, lenguaje, tiempo, pasión. La anécdota siempre es la misma. Se ama y se hace egoísmo.
3. Sé lo que quiero y no me interesa preocuparme por el amor. No pienso más en él.

sábado, 25 de mayo de 2013

1. Me despido antes de intentarlo todo.
2. Me despido porque no quiero caminar en el círculo, en ese mismo círculo que ya una vez tuve entre los pies y me consumió hasta lo más alto de la garganta.
3. Estoy bien sin entrar ahí. Me da pena dejarte, duele, pero es mejor así.
4. Yo te lo dije, siempre me arrepiento. El arrepentimiento para mí es una tonada clásica.

viernes, 24 de mayo de 2013



1. La tarde se humea dentro de una taza con café. Pienso en ti. Tu sonrisa se asoma y me delinea los labios. Tengo espuma en el horizonte que retiras con el dedo de tu mano. Y sigo pensando en ti, aquí conmigo.

jueves, 23 de mayo de 2013

1. Hace tiempo no sentía nacer este cariño como un grillo que sale de noche y criquea sus patas. Tengo cariño por una persona especial.
2. El corazón se me llena de miel, pero controlar el motor es básico para que no se rompa en el primer arrancón.
3. Aunque sé que el infortunio de la decepción es algo que siempre cruza la cuerda.
4. Por lo pronto es lindo tener el suelo suave y los pies duros.

miércoles, 22 de mayo de 2013

1. Tengo puras ideas huecas y ni un sombrero que las cubra del sol. Total, para eso es la vida, para cagarla sin arrepentimientos.
2. Estoy hasta la madre del calor del astro rey. Yo no soy Kepler para admirarlo.
3. He comenzado a vivir, no alocadamente como antes, pero sí he comenzado a vivir.
4. Me ha pasado algo. He desarrollado un miedo por los niños, tal vez, es algo proporcional a los años que he dado clase en una escuela primaria. Ahora sé que la bondad humana tiene sus límites y acaba en cada cabeza de tres años.

De la serie Qué hueva me da el jale
Un accidente para escapar
(borrador)
por Isadora Montelongo


Todos en mi trabajo me cagan. No porque haya un tesoro debajo de sus almohadas, sino porque son personas que han olvidado ser.
La franquicia del pensamiento propio y la personalidad auténtica han perdido socios. Estamos ante una sociedad que se pudre en su propio charco.
Fue como aquel día que me encontré resguardándome de la lluvia en el automóvil. Tuve la misma reacción antes de llegar a las puertas del estacionamiento, pararme, dar reversa y salir huyendo de ahí sin entrar al edificio. Quería recorrer la ciudad con el cabello al viento, los lentes oscuros manchados por  la lluvia y la idea lejana de las caras insoportables y amargadas de mis compañeros de trabajo.
La idea surge como un tornado en el estómago. Doy reversa y me quito la corbata, las ganas de llegar a donde sea con la última gota de gasolina se esparce por las avenidas.
Acelero como la primera vez que di un beso después de un masaje en los pies por una chica guapa del colegio, a quien mordí en cada parte del cuerpo.
Siento el volante y las ganas de darle batalla a la lluvia, primero 60 kilómetros y las gotas se parten en el parabrisas, luego 80 kilómetros y el viento galopa sin contemplación sobre el techo del auto y luego 120 km y paro en seco sobre las ruedas de un tráiler frente a mí.
El cofre del auto se hunde y los pedazos de los faroles quedan destrozados como la imaginación de los compañeros de trabajo, el auto puede andar a toda velocidad tocando el pavimento con las llantas libres y resbaladizas hasta que una masa de fierro con ruedas que se supone que va en la misma dirección se lo impida.
La vida es como andar  a toda velocidad sobre una avenida mojada, puede ocurrir que un tráiler se atraviese y te impida el paso o puede ser que no haya nada en el camino que te impida vivir bien.
El jefe me llama y me dice que me han visto dar reversa en el estacionamiento. Yo sólo le digo que voy rumbo al trabajo, pero que necesitará tener un gran seguro para cubrir los daños de mi convalecencia laboral por el choque a menos de 100 metros de ahí. Tengo en cuello lesionado y una costilla adolorida, pero nada grave.
Todos en mi trabajo me cagan, pero yo les cago más a ellos porque el tesoro que tengo es arriesgar lo que no he olvidado ser. El que mejor lleva el volante a casa.
Ahora tengo 15 días de incapacidad que me he pagado con un masaje de rehabilitación directamente desde la playa, sin una llamada de trabajo.

martes, 14 de mayo de 2013

1. Una de las cosas que más me asustan es morir por el cuello, el diablo y regresar la mirada al pasado. Sin embargo, a veces voltear al pasado no es tan malo, muchas de las veces se mira a gente que se quiso mucho, o se estima. yo estimo a los amigos que por razones que no se logran entender, hubo separación.
2. Las cosas nunca son como antes, esa es la magia del tiempo. Es como una bebida de kool aid, pinta mucho en el momento, pero cuando pasa el tiempo, el color se cae.
3. Bueno, a veces hay flow y el universo hace lo suyo para apoyar la energía a tu favor, otras, no hay flow.
4. La vibra positiva, es la intención de mirarse a uno mismo como se mira al prójimo. La vida es chida. Estoy contenta. Ya todos los círculos terminaron por cerrarse.
5. Vámonos. Estámos listos.

lunes, 13 de mayo de 2013


10 días
 (borrador)
Por 
Isadora Montelongo 
Dejé de lavarme los dientes cuando anunciaron el fin de mundo. Eran 10 días los que los comentaristas de cadena nacional informaron que le quedaban a la humanidad.
Flor lloró después de escuchar la noticia, toda la mañana tuvo esa mirada de desconcierto antes de irme al trabajo y cuando regresé, ella ya no estaba. Me había dejado una nota con la esperanza de obtener mi perdón por correr tras el amor de su vida, el cual no era yo.
No me quité el anillo de casados, simplemente porque ya me había acostumbrado a él, como ir al trabajo, levantarme a las seis de la mañana, bañarme, secarme el cabello con la toalla y vestirme con el uniforme de la oficina que tenía un color para cada día. Lo que sí dejé de hacer fue dejar de lavarme los dientes después de cada comida. El mundo se iba a acabar y yo, tal vez, me desharía de la única costumbre que jamás me gustó ni cuando fue pequeño: lavarme los dientes.
Odiaba el sabor de la pasta de dientes.
10 días para el fin del mundo y yo por fin me liberé del sabor de la pasta de dientes.
Sebastían y yo, fuimos los únicos dos empleados que siguieron yendo a la oficina. Todos los demás compañeros y compañeras dejaron de ir inmediatamente la noticia se anunció.
─ ¿Qué vas a hacer antes que el mundo se acabe?
La pregunta de Sebastián era algo que la mayoría de la población se había preguntado. Yo sólo tenía que descubrir lo que quería hacer. No había nada que quisiera hacer, hace demasiado tiempo había dejado mis deseos atados en algún sitio que no recordaba.
─ Me iré todas las noches de parranda, cogeré con una mujer distinta cada día y me echaré en la arena de la playa fumando la mejor yerba de la ciudad, desnudo, como Dios me trajo al mundo.
Los planes de Sebastián eran un repaso de la libertad de la juventud que habíamos dejado extinguirse con la vida madura de un matrimonio, una casa, deudas, un trabajo.
Yo veía en Sebastián una llamarada capaz de encender hasta las rocas.
No le contesté cuando me preguntó por última vez antes de recoger el saco del perchero de la oficina y salir de ahí destruyendo las computadoras, saltando sobre los escritorios al ritmo de la música de rock que traía en su celular.
─ ¿Qué vas a hacer antes que el mundo se acabe?
Tuve una sensación de salir de la oficina y preguntarle a cada persona que me encontraba por el camino una y otra vez la misma pregunta.
“¿Qué vas a hacer antes que el mundo se acabe?”
El portero del edificio de la oficina no estaba, la secretaria salió huyendo tras recoger las fotografías de su familia.
─ Yo sólo quiero estar con mi familia los últimos días, tras la puerta de mi casa y que ni el ángel más fuerte me saque cuando todo esto termine.
Sus ojos estaban hinchados cuando lo dijo. Supe que la soledad había acabado con mi mundo mucho antes que el mundo se terminara y me acabara a mí.
“¿Qué vas a hacer antes que el mundo se acabe?”
─ Viajar hasta donde el mundo se acabe.
Caminé sin rumbo, iba preguntando conforme los días pasaban. A cada día, las cosas iban de mal en peor, justo a la atardecer del último día los disturbios se hicieron fuertes.
Una chica huía de una muchedumbre, vi cómo corría sin detenerse, sus ojos aterrados se posaron en los míos. Entendí que debía correr, corrimos juntos cuando una oleada de balas y estallidos comenzaron a perseguirnos.
El pecho me saltó como un chapulín, las piernas se me endurecieron y ella me tomó de la mano de repente y me jaló hacia un corredor donde con un empujón, me metió entre dos paredes. Nos ocultamos.
En silencio, su pecho contra el mío, nacía la calma en la adversidad, en el último día del mundo alguien me protegió sintiendo la misma vulnerabilidad.
Flor juró permanecer conmigo hasta el último de nuestros días, fue una boda bonita, hasta que su palabra se deshizo cuando se marchó.
La muchedumbre pasó como una lava enloquecida sobre la tierra, la gente quemó con antorchas los autos, los negocios y las casas a su paso.
Ella me miró, sin un nombre que pudiera sostener sobre el filo de los labios, y aún así, la conocía desde el principio del tiempo.
─ ¿Qué vas a hacer antes de que todo se acabe?
Frente a frente y en el final, una sonrisa gigante, dulce y amorosa me atrapó.
─ Me llamo Paula y lo que haré en el último día es ser tal cual he sido siempre, porque hasta ahora me ha gustado ser como soy.
Paula se apegó a mi pecho y yo sólo respiré aliviado de por fin saber qué haría antes de que todo se acabe. Perdonarme por lo que no hice para ser quien quería ser.



1. Una vez me preguntaron si escribí algo donde yo fuera protagonista. A esa persona (G) le contesté que sí. Sólo en dos cuentos he creado autoficción. Éste es uno.
2. No hay que avergonzarse del pasado, porque ya pasó. Y del futuro no hablemos porque aún no se hace.


 



Polvo de hadas
Por
Isadora Montelongo
Era miércoles y  me desplomé sobre la cama sin desempacar las maletas. Luis se levantó de mi lado en plena madrugada después de la fiesta, dio varias vueltas de puntillas tras cerrar silenciosamente la puerta de la habitación.
Yo estaba rendida para siquiera abrir los ojos, llorar en silencio  y mirarlo salir entre sombras.
Él y yo nos mudamos esa misma tarde con dos de sus mejores amigos (Gabo y Nando), Gabo es de Colima, ganó una beca de estudios en el Tec y conoció a Nando en la Universidad, han rentado juntos desde hace dos años una casa cerca de la Universidad. Luis les habló de nosotros y nos ofrecieron un hogar, después que renuncié al mío propio.
A mis padres les disgustó la idea de irme de casa con un fulano que según ellos “apenas y ni conocía”.
 Yo, “no era más que una huerquita tonta”, como mi padre me decía a cada momento.
A Luis  lo conocí en un call center. Nos miramos entre las llamadas de trabajo hasta que un impulso llevó a otro. Nos enamoramos.
Me fui de casa con  la propuesta de mi novio de vivir juntos y comenzar todo desde cero.
Todo era como un cuento de hadas, que se espera escribir desde el inicio hasta el final.
─Yo amo a Luis, ─dije, cuando salí con las maletas de casa de mis padres.
Gabo nos despertó tras sus llamados junto a la puerta. Se le había hecho tarde, nos dijo, y Nando ya había salido desde temprano a la Universidad.
─Si no se apresuran, estropajosos, van a llegar tarde al trabajo y a la escuela.
Despertamos enseguida. Luis colocó su mirada almendrada sobre mi sonrisa y me besó dulcemente al abrirse la mañana entre sus brazos. Conectó el estéreo y la música nos despabiló junto con las gotas de agua que detuvieron el tiempo entre nuestra piel y nuestros dedos. Luis desprendía de sí un brillo. Me propuse recorrerlo cuando le tañé la espalda con la esponja de baño hasta el nacimiento de sus piernas. Luis nacía hermoso frente a mis manos.
Odié la prisa de la mañana del jueves, que nos hacía salir corriendo al trabajo a toda velocidad, después de vestirnos, con el cabello remojado y la cara lavada.
Nos llenamos de besos en el colectivo, sellando el principio de vivir juntos, habitando en la piel del otro.
El tiempo parecía detenerse ante los ojos de Luis.
Luis era magia.
Cuando nos vieron llegar al edificio. Todos los compañeros de trabajo se dieron cuenta que ya vivíamos juntos. Nuestro comportamiento nos delataba.
─ ¿Y qué tal?, ─ me preguntó Ana, una amiga y compañera de trabajo cuando me vio llegar.
─ ¿Qué tal de qué, Ana?, ─ le pregunté, mientras encendía la computadora, me colocaba la diadema sobre la cabeza y tecleaba mi número de empleada.
─ ¿Sí es cierto? –Ana, mi compañera de mampara me hizo una señal con los dedos, como si sostuviera un churro y lo fumara por completo.
─ ¿Qué?
─ Ay, no te hagas, Mónica…
Me conecté a la consola como todas las mañanas.
─ Espera, me entró llamada…Thank you for calling the new AT&T…
Tras la insinuación de Ana, pensé todo el día en el trabajo.
 Luis vino a mi mampara después de su medio turno y se despidió con un beso rápido y efusivo en mis labios para irse a la Universidad.
Ana y yo ya no tuvimos tiempo de hablar entre llamada y llamada.
Me fui a casa y Ana trató de alcanzarme, cuando lo hizo, vio que mi madre esperaba a las afueras del trabajo. Ana se despidió de mí, evitando los rayos de la tormenta.
─ ¿Cómo estás?
─ Bien, ¿cómo quieres que esté?
─ ¿Por qué no regresas a casa, mija? Mira que todo lo podemos hablar
─ Yo lo amo…
Mamá y yo terminamos por gritarnos a media calle. Ella me siguió los pasos hasta que corrí y desaparecí de su vista.
Llegué a casa. Gabo me abrió la puerta. Nando estaba tirado sobre una colchoneta de la sala con la cara fija, jugando videojuegos a alto volumen.
─ ¿Qué onda, cómo se te hizo la party de anoche?, ─me preguntó Gabo.
─ Estuvo chida. ¿Todavía no llega Luis?
Gabo sacó un recipiente de vidrio donde viene la mayonesa, lo limpio y terminó por taparlo colocándole una liga de plástico con la que se extrae sangre. Lo llenó de agua. Y lo tapó con una tapa elaborada.
─No, ese cabrón, viene de rato, se quedó en la biblioteca. ¿Ya cenaste?
─ No, no tengo hambre.
La cocina estaba casi vacía. Había un montón de vasijas sin lavar, vasos regados por doquier de la fiesta de anoche. Me puse a limpiar ritualizando el agradecimiento por dejarnos a Luis y a mí, quedarnos en la casa de los chicos.
Gabo se quedó ayudándome en la cocina. Yo me fui al cuarto a sacar todo de la maleta. Me traje una fotografía de casa. La miré al colgar mi ropa en el armario. Mamá no entiende. Papá y ella están chapados a la antigua. Hay que conocer primero a la persona en el noviazgo, casarse, y vivir luego juntos, dejarlo todo a las buenas costumbres como han hecho ellos.
 Un aroma fuerte a yerbas y aromatizante atravesó el pasillo que recorre el comedor y la sala donde Nando juega videojuegos, el aroma llegó y se volcó suavemente sobre mi rostro.
─ ¡Pinches paletosos!, ─la voz fuerte de Luis me pegó en los oídos.
Salí de la habitación. Luis me interceptó en la puerta del cuarto, me llenó de besos y me metió nuevamente tras sus abrazos desesperados.
Hicimos el amor con la música a alto volumen hasta quedarnos dormidos.
Era viernes. Salí rápido de casa. Luis salió más temprano que yo. Me llamó dormilona después de poner la alarma con cinco minutos extras.
Gabo estaba sentado en la sala con Nando. Sus risas delataban un bienestar.
─ ¿Hoy no tienen clases?, ─les pregunté tras verlos muy sonrientes sentados frente al televisor.
Me miraron con las ojeras pronunciadas tras una noche entera de desvelo, con los ojos rojos cual dos vampiros y con una sonrisa de duende.
 Cuando llegué al trabajo Ana volvió a molestarme con sus preguntas.
─Ya Ana, en serio, si sigues jodiendo me voy a enojar contigo.
─Ok. Yo nada más te pregunto si sí tú también eres yonki. No me gustaría que acabes como Julia, la ex de Luis.
Me habían dicho que Luis fumaba mariguana, pero nunca me había dicho todo lo que Ana me había contado. Luis me había contado toda su vida, de Julia y sus depresiones, de la mariguana y cómo él la había dejado. Ana me parecía una metiche incontrolable, pero al fin, era mi amiga en el trabajo.
─ Sólo te lo digo, Moni, porque te quiero, eres bien chida. Nada más acuérdate que ni todo el amor, ni todo el dinero.
Mamá esperaba a la salida del trabajo. Me invitó una nieve como cuando era pequeña, la abrace y me entendió más calmada. Me ofreció regresar a casa, y que si quería, ellos aceptarían conocer a Luis, si él quería.
─ A como están las cosas con tanta balacera, ─me dijo mi madre─, a tu papá y a mí nos da mucho pendiente no verte de diario. Mi madre me prometió que pasaría seguido para saludarme, porque no le bastaba con las llamadas a mi celular.
Salí del trabajo y me fui a casa.
Desde tres casas antes de llegar, se escuchaba una música de dj ensordecedora. La puerta del porche estaba abierta, dos chicas con cerveza en mano platicaban. Nando me vio llegar y me abrazó eufórico. Me dijo que era como su hermanita y me llevó a bailar. Yo acababa de escuchar una conversación en el camión, de una fiesta al poniente de la ciudad, donde llegaron unos hombres armados y abrieron fuego contra inocentes que festejaban un cumpleaños en una carne asada. Me asustaba tener tremenda fiesta en casa. Pero Nando me hizo reír, mientras brincábamos con la música.
Gabo mezclaba música al centro de la sala. Había chicos y chicas que nunca había visto en mi vida. Luis estaba al fondo de la cocina conversando cariñosamente con una chica con rastas y un morral con un cordón de algodón que le atravesaba el vestido. La chica le colocó un beso en la mejilla rosándole los labios y le entregó un paquete a Luis.
─Hola, ─me acerqué tratando de no ser la típica novia psicho, como la ex, Julia, quien le haría un escándalo por un simple beso.
─Mónica, mi novia. Yoyis, mi mejor amiga. ─Nos presentó Luis y luego me abrazó, guardándose el paquete que le dio Yoyis.
Saber que ella era su mejor amiga, de la que tanto me hablaba, me tranquilizó el escalofrío que empezaba a nacer desde mi estómago.
Gabo dejó un disco de mezclas girar en la consola. Sacó un bong y lo pasó a todos. Los chicos se acercaron a la mesa y dibujaron unas mantras de las que cada quién luego iba aspirando cada una de sus líneas.
Los chicos se estaban drogando.
Miré a Luis paralizada. Ana me había contado todo y tenía razón. Desde cómo empezaba una fiesta, hasta lo que hacían por conseguir más droga. Yo me adelanté a reprocharle a Luis, mientras vi a Gabo, inhalar coca.

─Es que Moni, pa’ qué te enojas.  Yo vi con mis propios ojos cómo Julia se iba deteriorando. Ya nunca fue la misma.
─ ¿Cómo crees que Luis va a hacer eso?
─Pos, yo no sé, morra, pero eso lo vivió Julia.
Luis y yo entramos a nuestra habitación. Tuvimos nuestra primera discusión, y terminó con tres argumentos: “Yo así soy”   “y si me quieres, me aceptas” “No quiero otra Julia en mi vida que me reprima lo qué hago, lo qué digo, con quien me junto, y me haga sentir una basura”.
Luis botó una lágrima y se agachó para taparse con las manos. Había un polvo debajo de sus ojos que iluminaba sus mejillas. Luis era como un hada. Yo fui inmediatamente con él, lo besé, disculpándome. Él era todo, lo más preciado de mi vida. Lo perfecto. Eso era Luis.
Fumar mariguana de vez en cuando no parecía tan malo como me lo había expuesto mi novio. Fumar mariguana era una nimiedad a perder el cuento de hadas que estábamos viviendo, como él me dijo, cuando terminó de abrazarme con sus lágrimas dulces.
Yo quería ese cuento con su final feliz.
Me senté al lado de Yoyis. Ella me pasó un porro y nos lo fumamos juntas. Ella me contó cómo se habían conocido desde la primaria hasta la decisión que tomaron de estudiar psicología en la Universidad.
El vientre del porro entró por mi boca, una y otra vez, me agradó ese bienestar de sentirme tranquila y  parte de todo. Luis y yo, estábamos unidos a pesar de todo, como en un mundo feliz.
La fiesta terminó y Yoyis fue la última que se marchó. Una camioneta negra con placas de Tamaulipas la recogió en la esquina de la calle.
Luis me mostró a la mañana siguiente el lugar donde escondía la yerba y el polvo que Yoyis le daba a guardar. Guardó ahí también tres pastillas que le dio su mejor amiga.
─Nunca vayas a agarrar de éstas,─me dijo muy serio.
─ ¿Qué son?
─ Meths, ─me besó.
Y yo, le guardé el secreto para que Gabo y Nando no supieran dónde estaba, porque no sabían administrar el consumo de la droga y menos si era ajena.
Yo, en ese momento supe que no era sólo la novia, la mejor amiga, la amante, la confidente, sino la piel donde habitaba Luis.
Yo, al tercer día de vivir con mi novio. Yo sólo era Luis dentro de mi corazón.
Los sábados y domingos, éramos la pareja inseparable. Los lunes, martes, miércoles, jueves y viernes, éramos un beso de hierro.
Luis me besó cuando regresó de la Universidad, yo lavaba los platos cuando llegó. Me pidió guardarle otro secreto, me tomó de la mano y me dirigió hacia la habitación apresuradamente. Asentí inmediatamente y me platicó muy serio que Yoyis le había contado esa tarde en la escuela que el tipo que la surtía de merca, lo habían emboscado en la carretera de Apatzingán, se habían armado hasta los dientes y lo dejaron con la carne agujerada. Le cortaron la cabeza como a cualquier dealer por no entregar algunos kilos de mariguana o unos cuantos gramos de coca o algunas metanfetaminas al cártel contrario. Yoyis sabían que pronto los mugrosos, darían con todos los pequeños dealers que el tipo asesinado tenía en la nómina.
Yoyis era dealer y temblaba de miedo.
Abracé a Luis y se dejó desvanecer quieto entre mis brazos. Lo miré preocupado por Yoyis. Lo besé prometiéndole guardar el secreto. Me desvistió poco a poco hasta arrullarse con mis sollozos de amor.
Me hizo jurarle que si lo quería, le ayudaría a guardarle la mercancía a Yoyis, mientras salía de la situación. Accedí tras un intercambio de besos y promesas.
─ Si yo te ayudo, tú tienes que alejarte de tu amiga, aunque no quieras, ─le dije tras venirme temblando por el orgasmo.
Él se quedó callado tras un largo beso y una embestida fuerte dentro de mi vagina.
Luis al día siguiente llegó con una bolsa negra y aseguró la mercancía en una de las maletas con las que llegué de casa de mis padres, la metió dentro del cajón del buró sobre la que pone el estéreo y la cerró con llave como hacía con la caja que escondía de Gabo y Nando.
Gabo y Nando, dejaron ir a la escuela tras una balacera que hubo cercana al edificio del Tec. Antes de la balacera unos tipos altos y fornidos buscaban a unos dealers, entre ellos, estaba Yoyis.
Luis y yo, compartíamos todo, cama, aire, agua, comida, trabajo, secretos, copulas y amor.
Mamá me buscó en el trabajo como casi siempre. Me invitó a andar un rato con ella. Ese día acepté ir a casa y saludar a mi padre. Mi padre aún seguía molesto y me hizo poca conversación. Preferí retirarme antes que se hiciera noche.
Yo tenía que llegar a casa y checar que la maleta estuviera con el contenido completo y no hubiera algo irregular en la habitación que comenzamos a cerrar con llave. Luis y yo nos volvimos muy cuidadosos después del encargo que Yoyis le dio.
Cuando regresé del trabajo. Gabo estaba recostado sobre el suelo frente a Nando que sostenía  el bong entre sus manos y su vientre. Gabo y Nando se la pasaban tirados todo el tiempo desde que no fueron a la Universidad. Yo entré y revisé la maleta. La maleta estaba abierta y Nando se había puesto a guisar huevos a la mary. El descarado me ofreció y yo sentí un coraje frío caer sobre mi estómago. Le había fallado completamente a Luis y a Yoyis, pero para cuando acordé, el coraje se me había ido con el platillo con el que tanta insistencia Nando me ofreció.
Luis llegó más tarde. Lo vimos en la puerta derrumbarse y levantarse con dificultad. Lo habían golpeado unos sujetos en los pasillos de la Universidad.
─Buscaban a Yoyis, ─dijo, vomitando sangre en el lavabo del baño.
─ Pero, mira cómo estás, amor…
─Yoyis no ha ido a la facu desde la fiesta…
─ ¿Y ahora quién nos va a surtir?
─No seas pendejo, bato…
─Déjalo, Luis, el pinche Nando está en el trip, se colocaron un buen de la maleta, quién sabe a quién invitaron en la casa, porque se echaron casi toda la maleta. ¿Quién sabe cuánto tiempo tienen chingándose la merca?
Luis se fue tambaleándose contra Nando. Gabo lo abrazó por detrás y lo tiró sobre la colchoneta de la sala, los videojuegos se esparcieron cuando Luis se derrumbó tras el tacleó de Gabo.
Mi hombre comenzó a llorar sin fuerzas.
─ ¡Pinches pendejos, se la mamaron, acaban de entregar la cabeza de Yoyis!
Los chicos y yo, nos quedamos en silencio. Un aire seco que entró por la puerta nos resecó la garganta, cuando nos dimos cuenta que ya no sólo Yoyis la iba a llevar.
Luis y yo, no fuimos a trabajar desde principios de semana, Mamá me estuvo llamando al celular. Mensajéaba, algo así como que le había preguntado a Ana por mí y que yo no había ido a trabajar.
“¿Qué pasa, mija?”, texteaba.
Gabo y Nando, nos insistían que la cosa se podía arreglar, que sin merca y sin vida, no llegaríamos muy lejos.
En la casa ya no había fiestas y la música se escuchaba poco. Luis y yo, dejamos de hacer el amor. Todos los días esperábamos llamada de Yoyis o que ella tocara a la puerta.
Gabo salió una tarde colocado con lo último que quedaba en la maleta y no volvió hasta en la madrugada.
─ ¡Pos, con madre, estropajosos! ─dijo cuando nos despertó tras abrir la puerta de la habitación con una copia de la llave. Ya conecté con un bato de otra colonia, nos va a dar información de Yoyis y nos va a surtir. Para no paletear, nos la va a  dejar en el bote de la basura.
Me alegré como ellos.
Con los días, la noticia de la desaparición de  Yoyis me dejó de importar. Todos los días me sentaba y jugaba a los videojuegos sin movilizarme, sin hacer la limpieza de la casa, con las ojeras largas, la piel seca y una caguama entre el humo de la mariguana.
Los paquetes fueron llegando. Nando buscaba en el fondo de las bolsas negras de basura.
Dos meses después, Nando encontró más de lo habitual. El dealer que había encontrado Gabo, lo habían dejado en la banqueta frente a su casa. El chico estaba descuartizado.
La policía investigó y luego no pasó nada.
A Gabo, con el tiempo por alguna razón, lo embarraron como dealer.
Se organizaron fiestas “discretas”, donde Gabo a huevo, tenía que vender. Era la única opción que tenía, después de las amenazas tras la muerte del dealer.
Mamá me llamó insistentemente por celular. Tenía días que no la veía, tenía días que no veía a nadie. Me sentía extraña con tanta gente que comenzó a ir y venir durante las fiestas de Gabo.
Luis y yo, ya no hacíamos el amor.
Había gente en la casa de la que desconfiaba y nuestro mundo se despolvoreaba como la cocaína que ponía Gabo en paquetitos de 100 pesos.
A Luis lo corrieron del trabajo, cuando regresó. Comenzó a tomar metanfetaminas cuando salía silencioso de puntillas fuera de la habitación.
Yo no me di cuenta, hasta que un día regresé cansada a casa del trabajo, donde me habían aceptado de vuelta,  y me puse a fumar un poco de yerba, caí rendida sobre el suelo de la sala y escuché sus pasos en la madrugada. Estaba tan colocado, que incluso, le valió madre cuando le dieron una advertencia a Gabo y lo dejaron tirado a golpes fuera de la casa.
Luis esa noche se sentía valiente, dominado por una pequeña pastilla, con los ojos trastocados por una magia que yo ya no quería conocer. Luis de un hada que iluminaba todo a su alrededor, se convirtió en un duende con los ojos rojos.
            Gabo se puso muy mal. Lo llevé al hospital. Luis no regresó en días a la casa.
            Gabo se regresó a su tierra, después de un par de fiestas, donde no vendió lo que tenía que vender.  Antes de marcharse, me dio un consejo, cuando me encontró llorando en mi habitación, se acercó y me miró fijamente con las palabras contundentes: “vete de aquí” “sino vas a terminar como Julia” “el amor, no es un  polvo de hadas” dijo y golpeó el cajón donde Luis guardaba mi maleta con la mercancía de Yoyis.
            Luis y yo cortamos el cuento de hadas después que él comenzó a colocarse todo el contenido de la maleta.
            Nando sigue sentado en la colchoneta de la sala jugando videojuegos, sin importar cuántas veces golpeen a Luis fuera de la casa, por tener información de Yoyis y Gabo.
            Yo regresé a casa de mi madre sin un cuento de hadas entre las maletas.

martes, 7 de mayo de 2013

1. Que Territorio arda aquí o en el infierno o en la última luciérnaga de un carbón, que arda, vaya y vuelva a arder porque sólo yo y nadie más, quiere meter el dedo en el lenguaje del cielo.
2. Quiero escribir de tal modo que aparezca Dios.
3. Sin arrepentimientos ¿vale?

viernes, 3 de mayo de 2013

1. El retrato de la nostalgia viene con una caballería de nombres que siempre están listos para la batalla.
2. No me gusta despertar cuando ya lo he hecho.
3. Temo más a la decepción que al odio. Con la decepción aún se puede ver el fondo de los deseos propios, con el odio ya no te ves a ti mismo.